/ miércoles 9 de septiembre de 2020

Acompañamiento sacerdotal en tiempos de COVID-19

Dejémonos contagiar por el amor, no por el virus.

Papa Francisco

Se dice que en los momentos difíciles es donde encontramos a los verdaderos amigos, el dolor humano como un epicentro emergente de encuentros solidarios tiende a ser desplazado por el cataclismo mediático de quienes quieren perpetuar el terror mediático. Por tal motivo, considero de gran relevancia compartir el compromiso social de la Iglesia peregrina de Morelos frente a esta crisis sanitaria para mostrar el convencimiento que el maestro de Nazareth nos ha enseñado; ante la muerte amenazante, el consuelo redentor del Resucitado.

Después de la misa de envió del 2 de junio en la Catedral de Cuernavaca, siete sacerdotes al día siguiente emprendieron hasta la fecha el acompañamiento a enfermos covid-19 en los hospitales del IMSS de Cuernavaca y Zacatepec. Decidieron llamarse “Misión Centurión” en referencia a aquel soldado romano que acude a Jesús para interceder por la enfermedad de su siervo (Mt.8, 5-13) Así también nuestros sacerdotes como soldados han acudido a Jesús el Buen Pastor, para ser enviados, convencidos que la presencia sacerdotal es signo de una Iglesia que no abandona a sus hijos, siendo sacramento de intercesión y sanación, allí donde pocos por voluntad propia se atreven a ir.

Hemos enviado a este grupo de sacerdotes que voluntariamente han decidido acompañar a nuestros enfermos de covid-19; allí donde ni sus familiares pueden ingresar se ha tenido la gracia de Dios y la buena voluntad empática de los directivos de la salud, de poder llevar la bendición del ministerio sacerdotal con presencia, palabras así como el santo sacramento de la reconciliación. No es por palabras sino por hechos que la Iglesia ha sido siempre solidaria, porque la diferencia -dice Jesús- entre el buen pastor y el asalariado, es que cuando viene el peligro el asalariado huye pero el buen pastor permanece. En esta situación límite de peligro la Iglesia ha demostrado ser signo redentor, de esperanza y consuelo.

Mientras nuestros templos estuvieron cerrados y no hubo entradas de sustentabilidad parroquial todos nuestros sacerdotes de nuestra Diócesis no claudicaron en la misión, emprendieron bajo la inspiración del Espíritu Santo una creatividad para seguir llevando la palabra, se tomaron las redes sociales, siguieron acompañando a su feligresía, y no abandonamos a nuestros enfermos. Somos y seremos la iglesia de Cristo, la de la Cruz del Calvario, allí donde parece catapultarse toda esperanza y se respira el triunfo de la fatalidad del sepulcro; allí al pie de la Cruz, es la iglesia fiel, la que no huyó ante el terror de la muerte, la que se quedó leal como Juan acompañando el dolor de María. Esta es nuestra Iglesia, la que por milenios ha dado signos de fe, esperanza y solidaridad.

Se nos podrá enjuiciar de mil formas del pasado y presente, pero es más el bien que hemos consolidado a lo largo de toda la cristiandad, que podemos estar alegres y la conciencia tranquila porque nos ha tocado hacer lo que tenemos que hacer. Seguirán quizá poniendo más énfasis en los errores de unos cuantos Judas; pero después de esta pandemia, no se nos podrá juzgar en que abandonamos a nuestros enfermos de covid-19, ni de qué dejamos de celebrar el gran misterio del altar, ni mucho menos de no asistir las necesidades espirituales, al contrario se nos ha de recordar como la Iglesia del Crucificado que llevó el santo sacramento por las calles dando consuelo a nuestra gente, de seguir visitando a la feligresía que necesitaba de nuestro auxilio espiritual, de ser solidarios con los más pobres en esta crisis económica.

Nosotros cerramos nuestros templos pero no el corazón ni el servicio espiritual. Enhorabuena porque en medio de la tormenta, nuestra fe en el maestro nos ha hecho caminar sobre esta pandemia, vendrán grandes frutos y gracias para la iglesia, que aunque por el momento no se ven del todo, ya han sido sembrados en tierra fértil.

Dejémonos contagiar por el amor, no por el virus.

Papa Francisco

Se dice que en los momentos difíciles es donde encontramos a los verdaderos amigos, el dolor humano como un epicentro emergente de encuentros solidarios tiende a ser desplazado por el cataclismo mediático de quienes quieren perpetuar el terror mediático. Por tal motivo, considero de gran relevancia compartir el compromiso social de la Iglesia peregrina de Morelos frente a esta crisis sanitaria para mostrar el convencimiento que el maestro de Nazareth nos ha enseñado; ante la muerte amenazante, el consuelo redentor del Resucitado.

Después de la misa de envió del 2 de junio en la Catedral de Cuernavaca, siete sacerdotes al día siguiente emprendieron hasta la fecha el acompañamiento a enfermos covid-19 en los hospitales del IMSS de Cuernavaca y Zacatepec. Decidieron llamarse “Misión Centurión” en referencia a aquel soldado romano que acude a Jesús para interceder por la enfermedad de su siervo (Mt.8, 5-13) Así también nuestros sacerdotes como soldados han acudido a Jesús el Buen Pastor, para ser enviados, convencidos que la presencia sacerdotal es signo de una Iglesia que no abandona a sus hijos, siendo sacramento de intercesión y sanación, allí donde pocos por voluntad propia se atreven a ir.

Hemos enviado a este grupo de sacerdotes que voluntariamente han decidido acompañar a nuestros enfermos de covid-19; allí donde ni sus familiares pueden ingresar se ha tenido la gracia de Dios y la buena voluntad empática de los directivos de la salud, de poder llevar la bendición del ministerio sacerdotal con presencia, palabras así como el santo sacramento de la reconciliación. No es por palabras sino por hechos que la Iglesia ha sido siempre solidaria, porque la diferencia -dice Jesús- entre el buen pastor y el asalariado, es que cuando viene el peligro el asalariado huye pero el buen pastor permanece. En esta situación límite de peligro la Iglesia ha demostrado ser signo redentor, de esperanza y consuelo.

Mientras nuestros templos estuvieron cerrados y no hubo entradas de sustentabilidad parroquial todos nuestros sacerdotes de nuestra Diócesis no claudicaron en la misión, emprendieron bajo la inspiración del Espíritu Santo una creatividad para seguir llevando la palabra, se tomaron las redes sociales, siguieron acompañando a su feligresía, y no abandonamos a nuestros enfermos. Somos y seremos la iglesia de Cristo, la de la Cruz del Calvario, allí donde parece catapultarse toda esperanza y se respira el triunfo de la fatalidad del sepulcro; allí al pie de la Cruz, es la iglesia fiel, la que no huyó ante el terror de la muerte, la que se quedó leal como Juan acompañando el dolor de María. Esta es nuestra Iglesia, la que por milenios ha dado signos de fe, esperanza y solidaridad.

Se nos podrá enjuiciar de mil formas del pasado y presente, pero es más el bien que hemos consolidado a lo largo de toda la cristiandad, que podemos estar alegres y la conciencia tranquila porque nos ha tocado hacer lo que tenemos que hacer. Seguirán quizá poniendo más énfasis en los errores de unos cuantos Judas; pero después de esta pandemia, no se nos podrá juzgar en que abandonamos a nuestros enfermos de covid-19, ni de qué dejamos de celebrar el gran misterio del altar, ni mucho menos de no asistir las necesidades espirituales, al contrario se nos ha de recordar como la Iglesia del Crucificado que llevó el santo sacramento por las calles dando consuelo a nuestra gente, de seguir visitando a la feligresía que necesitaba de nuestro auxilio espiritual, de ser solidarios con los más pobres en esta crisis económica.

Nosotros cerramos nuestros templos pero no el corazón ni el servicio espiritual. Enhorabuena porque en medio de la tormenta, nuestra fe en el maestro nos ha hecho caminar sobre esta pandemia, vendrán grandes frutos y gracias para la iglesia, que aunque por el momento no se ven del todo, ya han sido sembrados en tierra fértil.