Ya no pude resistir y me lancé a visitar a Don Beto, porque la vida no es igual sin uno doradito, así como solo él los sabe hacer.
Y pues con todo y las medidas sanitarias, que bien las tiene y se respetan, le pedí a Lalo que me pusiera los tres de rigor: dos dorados y uno tostada o un tapadito, como sea que ustedes los conozcan.
Mientras me despachaban, Don Beto me recordó que él estuvo vendiendo en alguna parte de Civac durante unos 5 años; de ahí emigró a la calle Palmas de la Colonia Bellavista, justo en la banqueta a la altura de un arbolito que le servía se escenario; creo que cuatro años después se fue a un localito a 30 metros de ahí, a espaldas del Starbucks de avenida Zapata, donde se aventó como nueve años.
Finalmente aterrizó en Ocotepec, donde parece que va a perpetuar su imperio de glotones como miguel y como varias decenas que al mismo tiempo que yo, estaban pidiendo su itacate para llevar.
La magia de Don Beto está en ese sabor bien definido de su carne, que lo reconoces donde sea, y que empata magistralmente con la salsita/base que le adereza un toque de ajo que hace salivar las glándulas.
Si vas temprano pídele uno de tuétano, todo suavecito recién salido de los huesos, mezclado con tantita maciza, y pasado por la plancha el tiempo necesario para que para que la tortilla cruja.
Ya en la mesa te ofrece una ensalada de nopales, rábanos y una salsa de habanero que está para chillar bien y bonito. También me pedí un consomé con harta cebolla y al menos dos limones, pal amarre.
Don Beto se supo adaptar bien a la pandemia y está él mismo a ratos en la plancha, para que salgan a tiempo todos los pedidos para llevar.
En su página de Face vienen todos los datos, ya nomás para que hables y pidas. Provechito.